lunes, 21 de marzo de 2011

ARTIGAS A TRAVÉS DE OJOS INGLESES.


Les quiero presentar una obra poco conocida por estos pagos; se trata de una entrevista que un Inglés llamado John Parish Robertson, tuvo con el General José Artigas en Purificación, en los mejores años de la Revolución Oriental. Podemos ver en este extranjero el nivel de asombro ante lo que vio en el cuartel general del Prócer, y podemos inferir por sus palabras, que se esperaba otra cosa. El Europeo pudo estar, como diría él, en el campamento del estado mayor del "Excelentísimo Señor Protector de la mitad del nuevo mundo". Y ese tono con el que nombra al general Artigas, no está exento de esa mirada eurocentrista típica de un Inglés, ya que luego lo compara a los mejores generales de su época. Disfrute de este documento que hace resaltar la figura de nuestro mayor caudillo, que para mi opinión, agranda el símbolo que es para nosotros. Si bien esta obra tiene fecha de 1843, este episodio fue muchos años antes, entre 1812-1816.

LOS APARTAMENTOS OFICIALES.


Allí (les ruego no pongan en duda mi palabra) ¿qué creen que vi? ¡El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del nuevo mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales andrajosos, en posición parecida y ocupados en la misma tarea que su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente.


El Protector estaba dictando a dos secretarios que ocupaban en torno de una mesa de pino las dos únicas sillas que había en toda la choza y esas mismas con el asiento de esterilla roto.


Para completar la singular incongruencia de la escena, el piso del departamento de la choza (que era grande y hermosa) en que estaban reunidos el general, su estado mayor y sus secretarios, se encontraba sembrado de ostentosos sobres de todas las provincias (distantes algunas de ellas 1.500 millas de ese centro de operaciones) dirigidas a "Su Excelencia el Protector".


De todos los campamentos llegaban a galope soldados, edecanes, exploradores. Todos ellos se dirigían a Su Excelencia el Protector, sentado en su cabeza de buey, fumaba, comía, bebía, dictaba, conversaba y despachaba sucesivamente todos los asuntos que le llevaban a su conocimiento, con una calma distinta de la nonchalance, que me mostraba de una manera práctica la verdad del axioma "vamos despacio, que estoy de prisa". Pienso que si los negocios del mundo entero hubieran pesado sobre sus hombros, habría procedido de igual manera. Parecía un hombre abstraído del bullicio, y era en este solo punto de vista, si me es permitida la alusión, semejante al mas grande de los generales de nuestro tiempo.


Al leer mi carta de introducción, Su excelencia se levantó de su asiento y me recibió no solo con cordialidad sino también, lo que me sorprendió mas, con modales comparativamente de un caballero y de un hombre realmente bien educado. Habló conmigo alegremente sobre sus apartamentos oficiales, y como mis corvas y mis piernas no estaban acostumbradas a ponerse en cuclillas, me pidió que me sentara en en el canto de un catre de cuero que estaba en un rincón del cuarto y que hizo acercar al fuego. Sin mayores preámbulos, puso en mis manos su propio cuchillo con un pedazo de carne de vaca bien asada. Me pidió que comiera, me hizo beber y por último me dio un cigarro.


Iniciada mi conversación, le interrumpió la llegada de un gaucho, y antes que hubiera transcurrido cinco minutos, ya el general Artigas estaba nuevamente dictando a sus secretarios, engolfado en un mundo de negocios, al mismo tiempo que me presentaba excusas por lo que había ocurrido en la Bajada y condenaba a sus autores y me decía que inmediatamente de recibir las justas quejas del capitán Percy, había dado órdenes para que me pusieran en libertad.


Era aquel un ambiente en que simultáneamente se conversaba, se escribía, se comía, se bebía, en razón que no había cuartos distintos para realizar separadamente cada tarea.


El trabajo del Protector se prolongaba desde la mañana hasta la noche, lo mismo que su comida, porque así que un correo llegaba era despachado otro, y así que un oficial se alejaba del fuego donde estaba el asador con la carne, otro tomaba su sitio.






J. P. Robertson.


Fuente:
"El país de los Orientales" Antología. 1968
Centro editor de América Latina.
Biografía John Parish Robertson.
Letters on South America. NY Public Library.

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