miércoles, 2 de marzo de 2011

Retrato del gran Moctezuma y su corte.


Seguimos la crónica de Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernan Cortes, sobre la conquista de Mexico. En la entrada anterior (Cortés se encuentra con Moctezuma), los españoles son recibidos como dioses y alojados entre los ídolos de Moctezuma, en su templo personal. Ahora asistiremos a la mismísima mesa del emperador Azteca... buen provecho.






DE LA MANERA Y PERSONA DEL GRAN MONTEZUMA Y DE CUÁN GRANDE SEÑOR ERA.


"Era el gran Montezuma de edad hasta de cuarenta años, e buena estatura y bien proporcionado, cenceño y de pocas carnes, y el color no muy moreno, sino propio color y matiz de indio. Traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas, bien puestas y ralas. El rostro algo largo y alegre, los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor, y cuando era menester, gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde. Tenía muchas mujeres por amigas, hijas de señores, aunque tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino algunos de los que le servían. Era muy limpio de sodomías. 

Las mantas y ropas que se ponía un día no se las ponía sino de tres o cuatro días. Tenía sobre doscientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y esto no para que hablasen todos con él, sino cuál y cuál, y cuando le iban a hablar se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, más habían de ser limpias, y habían de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no mirarle a la cara, y con tres reverencias que le hacían, le decían en ellas: "Señor, mi señor, mi gran señor", primero que a él llegasen. Desde que le daban relación a lo que iban, sin poca palabras les despachaba. 

No le volvía las espaldas al despedirse de él, sino la cara y ojos bajos en tierra, hacia donde estaba, y no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala. Otra cosa que vi, que cuando otros grandes señores venían de lejanas tierras a pleitos o negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma, habían de venir descalzos y con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por un lado de la puerta del palacio, que entrar de rota batida teníanlo por desacato.

En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta manera de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlo puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y que aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil para la gente de su guarda.

Oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad, y como tenía tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era carne humana o de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, palomas, liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en estas tierras, que son tantas que nos las acabaré de nombrar tan presto.

Dejemos de hablar de esto y volvamos a l manera que tenía en su servicio al tiempo de comer. Es de esta manera: que, si hacía frío, teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas de árboles, que no hacían humo, y el olor de las cortezas de que hacían aquellas ascuas muy oloroso, y porque no le diesen más calor de lo que él quería, ponían delante una como tabla labrada con oro y otras figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico y blando, y la mesa también baja, hecha de la misma manera de los asentaderos.

Allí le ponían sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera de aguamaniles hondos, que llaman xicales; ponían debajo, para recoger el agua, otras a manera de platos, y le daban sus toallas, y otras dos mujeres les traían el pan de tortillas.

Ya que comenzaba a comer, echábanle delante una como puerta de madera muy pintada de oro, porque no le viesen comer, y estaban apartadas las cuatro mujeres; y allí se le ponían a sus lados cuatro grandes señores viejos en pie, con quien Montezuma de cuando en cuando platicaba y preguntaba cosas; y que mucho favor daba a cada uno de estos viejos un plato de lo que a él más le sabía. 


Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto.Mientras que comía ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas, cerca de la de Montezuma. Traíanle fruta de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca. De cuando en cuando traían unas como a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao. Decían que era para tener acceso con mujeres, y entonces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi es que traían sobre cincuenta jarros grandes, hechos de buen cacao, con su espuma, y de aquello bebía, y las mujeres le servían al beber con gran acato.

Algunas veces, al tiempo de comer, estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros, y otros indios que debían de ser truhanes, que le decían gracias, y otros que le cantaban y bailaban, porque Montezuma era aficionado a placeres y cantares. A aquéllos mandaba dar los relieves y jarros del cacao.

Las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban a dar aguamanos, con mucho acato que le hacían; y hablaba Montezuma a aquellos cuatro principales en cosas que le convenían, y se despedían de él con gran reverencia que le tenían, y él se quedaba reposando. Cuando el gran Montezuma había comido, luego comían todos los de su guarda y otros muchos de sus serviciales de casa, y me parece que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo.

También le ponía en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro tenían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco. Cuando acababa de comer, después que le habían bailado y cantado y alzado la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía.

Acuérdome que eran en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran cacique, que le pusimos por nombre Tapia, y tenía cuanta de todas las rentas que le traían a Montezuma con sus libros, hechos de su papel, que se dicen amal, y tenía de estos libros una gran casa de ellos. Dejemos de hablar de los libros y cuentas pues va fuera de nuestra relación, y digamos cómo tenía Montezuma dos casas llenas de todo género de armas, y muchas de ellas ricas, con oro y pedrería, donde había rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras a manera de espadas de a dos manos, engastadas en ellas unas navajas de pedernal, que cortan mucho mejor que nuestras espadas, y otras lanzas más largas que no la nuestras, con una braza de cuchilla, engastadas en ella muchas navajas, que aunque den con ellas en un broquel o rodela no saltan, y cortan, en fin, como navajas, que se rapan con ellas las cabezas.

Dejemos esto y vamos a la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de qué calidad era, desde águilas reales y otras águilas más chicas y otras muchas maneras de aves de grandes cuerpos hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversos colores, y también donde hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas verdes. Las aves de estas plumas tienen el cuerpo a manera de las picazas que hay en nuestra España; llámanse en esta tierra quetzales. Otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado, blanco, amarillo y azul; éstos no sé cómo se llaman. Pues papagayos de otros diferenciados colores tenían tantos que no se me acuerdan los nombres.

Dejemos esto y vayamos a otra gran casa donde tenían muchos ídolos y decían que eran sus dioses bravos, y con ellos todo género de alimañas, de tigres y leones de dos maneras, unos que son de hechura de lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros, y otras alimañas chicas, y todas estas carnicerías se mantenían con carne. Las más de ellas criaban en aquella casa, y les daban de comer venados, gallinas, perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos de indios de los que sacrificaban. (...)"



Leyenda de la fundación de Tenochtitlan.

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